Un collar de perlas
Será posible? Lo es. El comunicado inicial del señor Moraleda, desvelando que el Papa regaló a las señoras del ejecutivo «un collar de perlas con una cruz» constituye una delicia cultural y un deleite jacarandoso para colgar en el medallero heroico del laicismo hispano. Alguien le sopló raudo -a buenas horas mangas verdes-, que se trataba de un rosario, y el jefe de comunicación de ZP, sin descomponerse, dejó las cosas en su sitio: donde dije collar de perlas digo ahora rosario y da lo mismo. En esto, precisamente, se diferencia el laicismo hispano: es tan aventurado, rompedor, novedoso, plural, y tan pedagógico que una metedura de pata no es trivialidad, sino socialización de la inteligencia que hace causa con los más ignorantes. Ignorantes con perdón. ¿Alguien en España confunde un rosario con un collar de perlas con una cruz? Pues no.
Tampoco el señor Moraleda. Pues ni que fuera un aborigen de Tasmania con taparrabos recién llegado a Ceuta. Ocurre que estamos en ese momento crucial y peligrosísimo -y de aquí se derivan todas las aberraciones del nazismo y del comunismo juntas- en el que se pretende cambiar las palabras y la filosofía del lenguaje para consolidar, como sea, la nueva historia del pensamiento y del andamiaje político que lo sustenta.
Expresiones como la del señor Moraleda, que parecen una metedura de pata propia de un cretino, no se dicen al azar. Sencillamente, no son fortuitas. Se escogen adrede con el pie cambiado para la rectificación inmediata. Y sobre todo se seleccionan con la esperanza del iluminado: para deslindar, bajo una aparente ignorancia, concepciones y conceptos.
Bendecir con un rosario o con un collar de perlas puede parecer lo mismo al señor Moraleda, pero no al Papa y a los creyentes. No es cuestión de cuentas, sino de conceptos. Esto mismo me lo advertía hace años un dirigente comunista en La Habana. Catalogábamos el formidable patrimonio artístico de Dulce María Loynaz, y la familia de la poetisa, quiso que yo, por parte española, fuera uno de los tasadores. Aquellos expertos en arte eran incapaces de distinguir un Apolo de un San José. El comunismo, sin conseguirlo, ha pretendido borrar la religión y los símbolos, y en consecuencia la explicación y el sentimiento más vivo de la historia del arte. Aquel comisario de Stalin rebatió mis escasos pero seguros conocimientos con una razón tumbativa: «El último concepto es el que queda». Y de esto se trata. Que confundan Moraleda o el gran hermano de turno es lo de menos. Lo de más es ese tufillo excluyente y filofascista del último concepto.
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