Alfonso Ussía
Tuve un amigo a cuya novia le llamaban la «Interpol». Mi amigo se sentía más que orgulloso con el mote de su media naranja. Creía que se referían a ella de esta guisa por su astucia, inteligencia y constancia. Nada más lejano a la realidad. Era conocida por la «Interpol» porque tenía registradas en las t*t*s todas las huellas dactilares de los varones que vivían en su capital de provincia. Cuando se enteró del motivo, surgieron las desavenencias, rompieron el compromiso y se devolvieron los regalos, incluido el rosario de su madre, si bien no recuerdo si de la madre de ella, si la de él, o la de ambos. Un triste final probablemente injusto, porque las habladurías abren el paso a las calumnias y ni unas ni otras pueden admitirse como pruebas.
Lo que sí está probado es que la terrorista etarra Idoya López de Riaño, alias la «Tigresa», ha sido, mientras estuvo libre y asesinando a destajo, una p*t* de órdago a la grande. Le vienen como anillo al dedo los tercetos que culminan un gran soneto de Juan Pérez-Creus, inspirado en una periodista de los últimos años golfos del Madrid bohemio. «Llamarte fresca, pobre sonaría;/ decirte zorra, no daría tu talla,/ pues por p*t* te tienen las personas./ Y llamarte putísima, sería/ como decirle cerro al Himalaya/ como llamarle arroyo al Amazonas». Porque la p*t* de la hij*dep*t* de la «Tigresa», asesina probada y condenada, se pasó por la piedra a los miembros de varios comandos terroristas, a los componentes de los apoyos logísticos, a varias mesas de Herri Batasuna, a un alto porcentaje de los integrantes de las Gestoras Pro-Amnistía, a la mitad de los remeros de una trainera de Orio y al diez por ciento ¬más o menos¬, de los portadores de tambores en la Tamborrada de San Sebastián. Al único que no se ha beneficiado Idoya López de Riaño ha sido al marcador del Estadio de San Mamés, no por otra razón que por ser un marcador electrónico. En las memorias del etarra arrepentido Soares Gamboa, impulsado por Matías Antolín, y en «Las mujeres de la ETA» del mismo autor, se documenta el furor inguinal de la referida bestia.
Ahora está siendo juzgada por su participación en el atentado contra Antonio Hernández-Gil. El fiscal Eduardo Fungairiño ha pedido para ella y su compañero de salvajadas y fechorías ¬quizá también de sábanas y almohadas¬, «Santi Potros», sesenta años de prisión. Se rió del fiscal durante el juicio. No importa. Que se ría. Los años que le caigan encima serán gratuitos, porque ya está condenada a pasar en la cárcel centenares de ellos. Condenas ridículas e imposibles de cumplir. Pero treinta años sí va a permanecer entre rejas. Y cuando abandone la cárcel, no se reirá tanto. Será una putorra vieja y pellejona, una colipoterra vencida, una zorra sin futuro. Lo único que mantendrá de su juventud será la perversidad. Pues que se joda.
Un fenomeno el ussia
